Currículum, en cierto modo (por GTB, 1981)
La literatura se aposentó en mis entrañas como un virus contra el que no caben defensas ni se ha inventado aún la vacuna.

I
Recordemos, ante todo, algunos acontecimientos: en 1910 murió Tolstoi, y Rainer María Rilke escribió Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge. El Cometa Halley se empezaba a alejar de la tierra, después del susto, y Bergson había escrito ya Materia y memoria. Lo de las señoritas de Aviñó (calle barcelonesa, no pueblo de Francia) iba quedando lejos. En 1910, Dilthey escribió La estructura del mundo histórico en las ciencias del espíritu, y, Freud, Sobre el psicoanálisis. A 1910 corresponde en Francia la ley contra la invalidez y la vejez, quiero decir la ley del seguro contra esas desdichas, y el año anterior se había inventado el caucho sintético y el salvarsán. Sin embargo, y a pesar de ser el año 1910, yo nací en la Edad Media (en sus postrimerías, por supuesto). Una Edad Media algo rara, sin embargo, porque, si bien es cierto que en mi aldea procurábamos, de noche, no tropezar con la Compaña, si era viernes podían verse en el cielo, jugando, los reflectores de los barcos de guerra. Mi vida, durante mucho tiempo (y quizá ahora también) no fue más que un columpio, o vaivén, entre los reflectores que jugaban en el cielo, y la Compaña, que caminaba, doliente, por las veredas.
La cosa aconteció un 13 de junio, a eso de las tres de la tarde. Lugar del suceso, la alcoba de mi abuela, lugar donde, según contaré algún día, una puerta comunicaba directamente con el cielo, que mi abuela llamaba Paraíso. Tardé pocos años en saberlo.
Veintidós antes justos en Lisboa, frente al teatro de San Carlos, había nacido un muchacho que se conoce hoy en el mundo como Fernando Pessoa. Yo lo leí, por primera vez, hacia 1964, con evidente retraso. Mi información siempre fue mala, incluso para lo extraordinario. Comprendí repentinamente que entre aquel poeta y yo existían algunas afinidades de pensamiento y de sensibilidad, además de ser ambos géminis; o, dicho más modestamente, descubrí que Pessoa había pensado bastantes años antes lo que a mí me hubiera gustado pensar unos años después, si bien oscuramente lo sentía. ¿Se debe, esta afinidad, a la fecha de nacimiento, a esa coincidencia de fiestas del San Antonio de la Cabana y San Antonio de Lisboa, que son el mismo San Antonio? No lo sé. Dos géminis, sí; pero uno de ellos jamás vivió de inventarle horóscopos a la gente, ni dejó un baúl colmado de tesoros de poesía. Es también seguro que uno de ellos jamás dejó que en su interior creciera un Álvaro de Campos. ¿Para qué, si ya había crecido en otro seno imaginario?
Gonzalo Torrente Ballester, «Curriculum, en cierto modo», en Triunfo, Año XXXV, 6ª época, nº 8 (junio 1981), pp. 40-47