En el día Europeo de las lenguas: Torrente Ballester “Con machacona insistencia”
CON MACHACONA INSISTENCIA
Por razones conocidas, esta última semana menudearon las entrevistas, de las cuales ya convendría ir estableciendo una clasificación que aceptasen los profesionales y que sirviera, al menos, para precisar un poco más la petición o el anuncio. Porque no es lo mismo esa que se hace por teléfono -«Tres preguntas, nada más que tres preguntas» – que esas otras con acompañamiento de grabadora y fotógrafo, variante modesta de la que se destina a las cámaras de la T. V. Cada especie tiene su gracia, sus inconvenientes y sus ventajas, a las que pueden sumarse, a veces ingratamente, las personales del entrevistador. Confieso mi preferencia por las que lleva a cabo una muchacha joven, provista de magnetófono, que le cita a uno en una cafetería, y mi desagrado por esas otras, las breves y telefónicas, instadas por un varón barbudo, sin el consuelo de ver su cara mientras hace las preguntas. De éstos, uno de los últimos me irritó bastante, probablemente sin quererlo, e incluso injustamente, al usar la palabra «concretizar», que es de los barbarismos que más se me han atragantado, y que me puso en el trance de decirle: «Mire, no siga, porque no hablamos la misma lengua»; pero yo, que soy capaz de pensar eso y mucho más, no lo soy de decirlo, así que me tragué la palabreja y respondí dócilmente a lo que se me preguntaba, que tampoco era para suspender el examen de reválida.
Pero no sé si fue al mismo día o al siguiente, otro mancebo de la profesión, éste visible, sacó, a propósito de la Academia, el tema del lenguaje, y comenzó dándome a entender que, para él y para otros, la Academia era una institución que pretendía que los españoles hablásemos como Alonso Quijano el Bueno en sus mejores momentos imitativos: «El ferido de punto de ausencia, etc.», o cosa parecida, ocasión en que me vi precisado a poner los puntos sobre las íes y aclarar a mi interlocutor, ante todo, que la actitud de la Docta casa es tan abierta y tolerante, que muchos la encuentran excesiva, y que lo único que pretende es un mínimo de corrección gramatical y que no se usen otros extranjerismos que los estrictamente indispensables, y que nada de barbarismos. Mi oponente era joven y sacó a relucir los fueros de la juventud y el derecho de cada generación a su propio lenguaje. No se lo discutí, porque sería estúpido; le dije, simplemente, que cualquier lenguaje generacional es compatible con la gramática, y que determinadas creaciones lingüísticas no parecen muy así como para enorgullecer a quienes las utilizan y recuerdo que cité una de las más usadas en estos días que corren: «a nivel de … », locución que sirve para todo y que deja el gusto del que la profiere a nivel de los suelos. Con las mismas razones podríamos haber citado alguna de las muchas, más o menos similares y más o menos estúpidas, que estuvieron de moda en mi juventud, cuando se elaboraba el correspondiente «lenguaje generacional», hoy por fortuna olvidadas. Para hallarlas, habría que repasar el teatro costumbrista de aquella época y algún escritor festivo y costumbrista también, pues no era corriente traerlas a las columnas de los periódicos, menos aún a los libros. Lo que encuentro grave, de lo de hoy, es que semejantes barbaridades pasan a la lengua escrita. Y me pregunto si dentro de veinte años la gente sabrá interpretar la expresión «a nivel de Tribunal Supremo» que tanto se ha escuchado estos últimos días.
No creo necesario plantear estas cuestiones fuera de sus límites estrictos. Cuando manifiesto mi repugnancia por el verbo «concretizar», no intento frenar la originalidad de los escritores de veinticinco años, ni imponerles, con mi lenguaje, mi personal visión del mundo. No se trata de eso, por mucho que digan, sino de una cuestión de gusto que podemos cómodamente compartir.
“Torre del aire”. Informaciones, nº 456, 7 de abril de 1977